viernes, abril 27, 2007

La Grabadora en el contexto de Tránsito de imágenes

El pasado miércoles 25 de abril se presentó el conversatorio en torno a la exposición Tránsito de imágenes que se viene presentando en la sala temporal del MALI (Museo de Arte de Lima) hasta este domingo 29. La conversación fue bastante amena y algo extensa, y abordó diversos aspectos del planteamiento curatorial el cual intentaba señalar el cambio de sensibilidad de los artistas durante las cuatro últimas décadas y su aproximación a lo masivo: tanto desde una coordenada de lo mass media, como desde el eje de lo masivo-popular.

Las reflexiones de Emilio Hernández Saavedra sobre los años 60's y la primera aproximación del arte peruano hacia el arte pop, y las imágenes propagadas por los medios masivos de comunicación, dibujaron un panorama bastante interesante sobre aquella primera escena de aproximación crítica al arte. El curador Miguel Zegarra hizo un diagrama mental de conexiones a través del discurso que Villacorta ha venido articulando en la escena local, en sus diferentes proyectos curatoriales como El laberinto de la Choledad, Terreno de Experiencia 1, pasando por Cubo Blanco Flexi-Time, su labor en ATA y el impulso al video arte, su trabajo en QUIDAM y la dirección de la Sala Luis Miró Quesada Garland, entretejiendo sus intereses personales por el arte conceptual, lo relacional, el video, la fotografía y la música con algunas de las obras presentadas en esta exposición. Finalmente Diego Otero trazó una serie de vínculos partiendo del proyecto La Grabadora, en el cual él participa junto a José Antonio Mesones y Santigo Pillado. Reproduzco a continuación el texto de Otero presentado en el conversatorio.
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El proyecto La Grabadora en (el contexto de) la exposición Tránsito de imágenes (puntos de fuga hacia el arte último)
por: Diego Otero

Creo que lo sensato en estas circunstancias es que yo intente hablar de cómo y por qué La Grabadora, que es el proyecto que realizamos junto al diseñador gráfico José Antonio Mesones y al músico Santiago Pillado-Matheu, ocupa un lugar en Tránsito de imágenes (puntos de fuga hacia el arte último). Porque claro, el hecho de que Jorge Villacorta haya invitado a participar en una exposición de estas características, es decir, una exposición que pretende una revisión critica de ciertas estaciones del arte contemporáneo peruano, a un colectivo de creadores que no pertenece estrictamente al ámbito de esa esfera, suena a primera impresión un poco extraño.

Creo que, en todo caso, parte de la respuesta a esa primera impresión y a esas preguntas está en el hecho de que Tránsito de imágenes… se ha centrado en la materialización de un recorrido que va, como ya se ha apuntado bien y claro en diversas oportunidades, de la experiencia de la expresividad subjetiva, digamos, a un repertorio de herramientas artísticas que inciden en territorios impersonales, que recogen estrategias y climas visuales y simbólicos de orden publicitario, o popular, o mass mediático, en los que, como dice el propio Villacorta, la mano del artista está cada vez más lejos de la obra.

Y creo que La Grabadora, que es, digamos, un proyecto que entrelaza diseño, escritura y música para crear una ficción, no solo mantiene lejos de la obra la mano del artista, sino que ya directamente la desaparece. (El proyecto simula un hallazgo documental, con lo cual la autoría real está escondida o cubierta). Con La Grabadora, en ese sentido, lo que intentamos fue “enfriar” –así, entre comillas– la urgencia de la crítica, y conducirla a un ámbito acaso más distendido o flexible, a través de un truco, que es la ficción. Porque un punto de partida básico del proyecto era que el proceso creativo estuviera sostenido en el placer y el juego. Y ahí, precisamente en esa estructura de ficción, colocamos personajes que, en el contexto de Tránsito de imágenes…, terminan siendo parodias, o caricaturas, de la imagen institucionalizada de ciertos artistas referenciales, o de lo que se podría llamar un “culto a la personalidad” en la tradición artística nuestra.


Con todo esto lo que quiero decir es que a mi modo de ver La Grabadora funciona en la exposición como una señalización que intenta incidir en el hecho de que se puede plantear un trabajo crítico, de orden conceptual (o neoconceptual, si se quiere), que trata incluso de experimentar con el cruce de formatos y lenguajes, desde una actitud para la cual la comunicación con el espectador –el espectador-lector-oyente, en este caso– es importante y está signada por una serie de estrategias: humor, conflicto dramático, una suerte de accesibilidad que tiene que ver con el aura popular, masiva, del rock, o con la utilización de ciertos mecanismos de intriga o seducción saqueados del periodismo y puestos en entredicho, entre algunas otras cosas. (Que esa comunicación mencionada líneas arriba se haya logrado en términos satisfactorios es algo que, sospecho, aún está por verse).

Creo, por otro lado, que estas ideas encuentran un asidero o un punto de encuentro muy interesante en trabajos como Bed Rock City, de José Luis Martinat, que ha sido realizado en fechas más o menos próximas a La Grabadora, y que en el espacio de la exposición ocupa un lugar relativamente cercano. El trabajo de Martinat extrema las cosas, es decir, se apropia de una ficción ya realizada –y realizada desde la televisión, además– y ya explícitamente extirpa a los personajes, saboteando la narración. Es una puesta en escena que genera un clima que está entre lo pop y lo fantasmal, y que en ese sentido tiene puntos en común con La Grabadora. Es, de nuevo, una operación conceptual realizada sobre los parámetros de la cultura popular: una operación conceptual en la que la ficción es un espacio sobre el cual se afina el tono de la reflexión. Y, como en La Grabadora, en Bedrock City hay un doble nivel discursivo: el sensorial, que parece ser tan aprehensible como cualquier expresión de la cultura popular, es decir, que puede ser “consumible” sin mayores complicaciones, y el nivel propiamente conceptual, que está, de alguna manera, incluido como una caja china dentro de lo otro.

Y se puede, creo, establecer vínculos no solo con la época de realización de La Grabadora, sino también con el entorno inmediatamente posterior a la ubicación contextual de la ficción que el proyecto propone. Pienso en el grabado de Mariela Zevallos, Bajan en el museo de arte moderno, realizado a inicios de los ochenta, es decir, en la primera resaca del gobierno velasquista. Ese grabado, que parte de un sticker publicitario de Radiomar, también apela al humor y a una puesta en escena que es, con ello, promesa de ficción. Pero no solo eso. El propio contenido del grabado, es decir, la imagen de la mujer que escucha radio en el autobús y que, de pronto, grita a través de un típico globo de cómic –es decir, a través de una evidente promesa de narración– la frase: bajan en el museo de arte moderno, es la utilización misma de la ficción con un propósito crítico. (Todos sabemos, en ese sentido, que hay pocas cosas más ficticias en el arte contemporáneo peruano que un museo de arte contemporáneo peruano).

De modo que es como si de alguna manera se nos estuviera diciendo que hay un camino ahí, que difícilmente sea gratuito el hecho de que estos trabajos apelen a estrategias discursivas de otros ámbitos –el periodismo, la televisión, la publicidad, rubros que además operan con una clara conciencia de su público y recurren a mecanismos de seducción para con ese público– con el fin de realizar sus propuestas. Como si uno de los puntos de fuga de los que habla el título de la muestra –uno de esos puntos de fuga hacia el arte último– fuera precisamente el nacimiento y la demarcación de esta tendencia, que se inserta en uno de esos puntos ciegos que se abren entre los ecos de la cultura popular y los ecos del conceptualismo.


[imagen 1: La Grabadora, portada de La Tiene Cicciuffo / imagen 2: José Luis Martinat, Bedrock City, still de video, 2004 / imagen 3: Mariela Zevallos (E.P.S. Hayco) ¡Bajan en el Museo de Arte Moderno!, 1980, serigrafía sobre papel 69.5 x 100 cm.]

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