jueves, diciembre 18, 2008

El otro lugar del gesto político

Gustavo Buntinx acaba de publicar, en la bitácora de Micromuseo, un post que no puede pasar inadvertido. Buntinx destaca una nota publicada hoy en el diario Perú21 en torno al juicio del ex presidente y corrupto dictador Fernando Fujimori, donde aparece declarando Jesús Sosa Saavedra, ex integrante del grupo Colina, quien, en un intento de deslindar su persona con el apelativo de 'Kerosene', levanta y muestra uno de los autoadhesivos elaborado por Eduardo Villanes a mediados de los 90s, uno de los gestos artístico-políticos más significativos de la década pasada. Ya en más de una oportunidad me he referido al proyecto conceptual de Villanes, que con el nombre de Gloria Evaporada (1994-1995) elaboró varias instancias de denuncia pública frente al comportamiento delicuencial y cohercitivo de la dictadura, y en particular frente a la la matanza de la Cantuta. Una de las pocas respuestas desde el campo del arte, que reconocía la necesidad de una producción visual con compromiso ético, asumiendo el espacio público como un lugar de contrainformación y protesta.

Por todo ello, observar este autoadhesivo, diseminado entonces como un señalamiento abierto del crimen (y como una acusación del grupo asesino, en un momento donde las informaciones eran dichas a medias o simplemente no dichas), reapariendo casi 15 años después en el juicio del dictador ante el cual respondían, desplaza una serie de sentidos que, como reconoce Buntinx, son aún imposibles de asir. La imagen de Perú21 abruma: la reaparición de eso reprimido -literalmente reprimido ya que Villanes fue hostigado por estas intervenciones- en un contexto que replantea por completo el lugar de la obra. Y no solo abruma, casi podría decir que hay algo en esa fotografía de la noticia que hiere o que punza: ese mismo sentido con que Barthes intentaba aproximar, a través del punctum, eso indefinido que emerge desde el otro lado de la imagen, y que la atraviesa para depositarse en nuestra mirada y actuar de forma imprevisible sobre el cuerpo.

Poco importan aquí las discusiones acaso más anodinas sobre el reconocimiento público de la artisticidad de tal imagen. El ex paramilitar Sosa Saavedra reinvidica aquí, sin saberlo, la dimensión de prueba, de documento involuntariamente inculpatorio, no de la imagen o 'foto' como él algo ingenuamente la denomina, sino todo el gesto político de Villanes. Un punto que desborda por completo los efectos previstos de la imagen para pervertir, desde el interior, las estructuras jerarquizadas del Poder Estatal; contaminando sus instancias jurídicas más burocráticas para decir que una imagen no es nunca, simplemente, una imagen.

Se trata de una aparición que perturba, que descoloca. La fotografía me hace pensar una vez más en las posibilidades radicales de un arte que resiste permanentemente a ser solo arte. Esa imaginación política que recupera en esta situación, acaso mejor que cualquier otra exhibición de nuestros tiempos recientes, la densidad inmanejable de eso que la imagen es aún hoy capaz. Ese otro lugar del gesto político, todavía inlocalizable, pero cuyo arribo es capaz de generar nuevas marcas sobre la memoria. Marcas capaces de hacer resonar, una vez más pero de modo distinto, la pregunta por aquello que aparece permanentemente irresuelto.

Comparto estas ideas desde la distancia geográfica, pero ante la profunda urgencia e impacto de la noticia. Y acaso también desde la imposibilidad misma de articularlo. Sin duda serán necesarias reflexiones mayores y meditadas. Acompaño esto con el post completo de Gustavo Buntinx sobre el tema.
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INVOLUNTARIA REIVINDICACIÓN DE EDUARDO VILLANES POR EL GRUPO COLINA
Atención a la pequeña nota y a la instantánea decisiva que hoy dan un sello histórico, también en términos artísticos, a la segunda página del diario Perú.21: allí aparece declarando Jesús Sosa Saavedra, uno de los principales integrantes del paramilitar Grupo Colina, durante el juicio por crímenes de lesa humanidad que se le sigue al ex-dictador Alberto Fujimori. En un intento por disociarse de al menos algunos de los interminables delitos que también a él se le imputan, Sosa levanta con su propia mano una aparente fotografía que en realidad es una obra del artífice Eduardo Villanes.

Se trata de un ejemplar del tiraje de autoadhesivos con el rostro negado de Martín Rivas –jefe del grupo Colina–, al que identifica como "Kerosene": un apodo que se dice le fue adjudicado en el ejército por ciertas tareas habituales de desaparición de cadáveres mediante la quema de las víctimas de asesinatos extrajudiciales. Sin embargo también Sosa habría hecho méritos para recibir este nombre abismal, y es en un intento de sacudirse esa reputación que él ahora ofrece como evidencia la adjudicación artística del apelativo a su compañero de armas.

La densidad de ese gesto amerita una reflexión imposible de elaborar aquí en toda su complejidad. Baste, por ahora, un par de señalamientos sucintos. O quizá tres:

En primer término, la trascendencia de que materiales provenientes de la operatividad artística –aunque con clara vocación de exterioridad política– sean usufructuados para la argumentación jurídica, en una realización no deliberada del sentido transgresor de fronteras y especifidades inscrito en las iniciativas de Villanes. Sin saberlo, el paramilitar Sosa se torna así en instrumento de lo que en otros contextos he denominado arte conceptual involuntario. Como bien postulaba el grupo chileno C.A.D.A. (Colectivo de Acciones de Arte), la vida completa la obra. A veces, agrego, por las vías más desviadas. Dios escribe sobre reglones torcidos.

En segundo lugar, la ironía profunda de que un represor paradigmático exhiba ahora como evidencia exculpatoria (pero también como delación implícita de su cómplice) imágenes perseguidas por el propio aparato represivo de la dictadura a la que él prestó tan macabros servicios: hacia 1996 Villanes fue detenido en el acto de pegar esos autoadhesivos en las paredes del Centro Histórico de Lima. (La acertada intervención de grupos de derechos humanos facilitó entonces su pronta liberación).

Eventualmente Villanes se mudó a los Estados Unidos, pero la perdurabilidad de sus gestos iluminadores queda exaltada por gestos oscurantistas como los que hoy registra Perú.21. Una nota y sobre todo una fotografía que me llevan a la tercera e inacabada meditación, prolongando en realidad preocupaciones que me inquietan desde los años tempranos de nuestra violencia grande, en la década de 1980.

Ya ni recuerdo cuándo, en aquella época, empecé a postular la idea de que en el Perú se pervierte la famosa ironía de Óscar Wilde sobre cómo no es el arte el que imita la vida sino la vida al arte. Entre nosotros, con excesiva frecuencia, es la muerte la que con el arte compite. En sus estrategias varias y en tantos sentidos. También de espectacularización y simulacro.

Cierto arte, sin embargo, reclama sus fueros libidinales al infiltrarse en los códigos y procesos más siniestros para corroerlos desde las entrañas de lo simbólico. Ejemplo preciso de ello han sido otras incisivas intervenciones de Villanes sobre el desprecio oficial hacia los restos de los desaparecidos de la Universidad de La Cantuta, entregados a sus deudos en las recicladas cajas de cartón que entre nosotros suelen utilizarse para el arrojo de basura. Entre 1994 y 1995 el artífice revierte aquel gesto infame al jerarquizar el hecho aparentemente fortuito de que esos degradantes envases portaban un nombre comercial de connotaciones redentoras y místicas: leche GLORIA.

El azar no existe, claro, y sobre esas y otras pautas debería diversificar esta deriva reflexiva (la aliteración es deliberada). Por el momento me limito a sugerir una modificación política, quizá melancólica, en el título de la exposición neoyorquina con que a principios de este año el Museo del Barrio procuró resumir los recorridos del accionismo “en las Américas”. Al menos para contextos de peruana extremidad, la frase sígnica pertinente sería ARTE ≠ VIDA ≠ MUERTE.


Gustavo Buntinx

[imagen 1: Eduardo Villanes, Sin Título [Kerosene], 1995, autoadhesivo repartido y pegado en distintas calles de la ciudad de Lima como denuncia al comando paramilitar 'Grupo Colina', autores de la matanza de estudiantes de la Universidad Guzmán y Valle (La Cantuta) / imagen 2: fotografía extraida del diario Peru21 del juicio a Fernando Fujimori, donde ex comando paramilitar Sosa Saavedra exhibe como testimonio la obra de Villanes (foto tomada de la bitácora de Micromuseo)]

3 comentarios:

Anónimo dijo...

hola,

mañana atendera [E]star? Cerrara por unos dias, tanto para navidad como para año nuevo? Que dias?
Los horarios seguiran siendo los mismos q estan publicados para la ultima muestra inaugurada? hasta cuando staran las muestras

mil gracias por las rsptas.

Anónimo dijo...

Interesante e importante lo sucedido con Kerosene. Para reflexinar tb.

Luego de leer rapidamente el presente posteo, lo primero q me pregunto es q ocurriria si mas artistas invadieran las calles con sus trabajos cuestionadores de ciertas realidades y sentidos. y pq tan pocos lo hacen, aunque valgan verdades , estos ultimos años han aumentado, y creo q las propias condiciones de vida asi lo han provocado.

La reaparacion de los colectivos es un síntoma claro de ello, para no hablar solo de las individualidades q tb toman la calle por asalto, o al menos tratan de hacerlo.

el poder del arte para tranformar, sensibilizar, joder, etc, Ahi esta pues, a la vuelta de la esquina, y en este caso, a la vuelta de una pagina de periodico.

GRacias a Buntinx y a Lopez por la info publicada al respecto.

Anónimo dijo...

buen dato... lo buscare
feliz navidad... mis mejores deseos